Creo que voy a empezar a hablar de la música que verdaderamente
me conmueve, me excita o me sorprende. De vez en cuando un tema se engancha al
ser como una lapa y no le abandona a uno durante una larga temporada.
Obsesivamente trepana el ser hasta disolverse sutilmente. Algunas veces
desaparece para siempre. Otras permanece para toda la vida. Es más raro, pero
también ocurre con algunos álbumes de música, eso que hace años llamábamos
vinilos, luego CD y ahora son carpetas en el directorio de música de la CPU.
Mi última excitación extrema, no puedo calificarlo de otra
manera, se debe a Max Richter, un ex miembro de Piano Circus que ha editado una
revisión de Las Cuatro Estaciones de Vivaldi que me ha puesto de canto, así, mirando pa Albacete.
Si a alguien no le gustan las Cuatro Estaciones debieran
desterrarlo de este planeta. Pero claro, no deja de ser un lugar común de la
música. Esta versión de Richter, barroquilla, pero tamizada por la
simplificación minimalista, moderna, clara y excitante, es una auténtica
maravilla. ¿Supeditada a los peregrinos gustos del momento? Seguro. Pero cuando
era un bebé el inicio del Wish You Where Here de Pink Floyd se clavó en mi
entendimiento y no he salido de ahí. Todo lo que para mí significa la música
parte de esa simplicidad. Más o menos evolucionada. Más o menos compleja. Pero
todo está ahí. La referencia. La modernidad y mi particular antigualla.
Richter recrea a Vivaldi. Le recuerda, obvio. En algún
pasaje lo sigue al pie de la letra. Pero en general es genuinamente simple, mínimo,
contemporáneo, excitante y superlativo. No supera a Vivaldi, porque Vivaldi es
un tipo barroco al que uno se asoma si le va bien, que para eso tiene
tropecientos años. Es sencillamente una obra nueva y maravillosa que te lleva
Vivaldi si te da la gana, pero en la que te puedes quedar tan ricamente. Oh
gracias, Richter, por estos momentos de música obsesiva y enfermiza. Adoro ser
un tipo simple.
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